Una larga y dolorosa espera llegó a su fin. Argentina levantó la copa del mundo tras 36 años difíciles para una de las aficiones más pintorescas y apasionadas de CONMEBOL, que vio su gloria coincidiendo con la de Messi, leyenda del fútbol que sigue regalando pinceladas de su magia, pero jamás fue profeta en su tierra. No hasta ahora.
El grupo de convocados fue algo extraño, porque era más comprensible ver a la albiceleste llena de gloria con Mascherano en su tope y Messi más fresco, con Armani en el momento más estelar de su carrera o con opciones contrastadas en la gloria como Tévez, Higuaín y los mejores años de Icardi en el Inter de Milan.
Pero ahí se plantaron Enzo Fernández y Alexis Mac Allister para aceitar la sala de máquinas, con Julián Álvarez esperando su momento para dar profundidad a la zona ofensiva que tenía asegurada Lautaro Martínez. Jóvenes que sirvieron de apoyo para un De Paul en horas bajas, pero siempre con el carácter necesario para recuperar espacios y sensaciones en la cancha.
Todo estaba dado en Catar. Iniciar ante Arabia Saudita era el bálsamo necesario para un primer paso lleno de confianza, para afrontar a México y Polonia con la presión propia de un mundial, no con la necesidad de ganar. Como si estuviese escrito para una historia memorable, el 1-2 en contra ante los árabes encendió algo en la tropa de Scaloni para que el campeón de América y la finalíssima diera rienda suelta a su potencial.
Entre polémicas y críticas Messi se paró en el punto penal para convertir con el máximo acierto que se recuerde en algún torneo de su carrera, además de liderar a un conjunto que no tuvo la fortaleza mental necesaria para cerrar partidos, para asegurar los puntos y evitar el sufrimiento que tuvo a todos los detractores con la miel en los labios muchas veces, así como a sus seguidores con el alma en vilo en tantas otras.
Manitos y polacos pasaron sin opciones ante Argentina que terminó como primera del grupo C y esperando a una de las sorpresas de la fase de grupos: Australia. Los oceánicos siguen subiendo el nivel desde su mudanza a las eliminatorias asiáticas pero todavía están lejos de ese llamado histórico que tienen algunas camisetas, la albiceleste una de ellas, que pese a lo rudo del partido terminó imponiéndose para avanzar a cuartos de final. Sí, los muchachos se comenzaron a ilusionar.
Países Bajos apareció con el amargo recuerdo de su último cruce, pero dispuesto a poner los fantasmas de la eliminación en el campo al empatar el partido en el último suspiro, forzando unos penales donde nuevamente se hizo sentir el show del “Dibu”, figura más mediática que futbolística del equipo, pero siempre determinante para los éxitos recientes.
Croacia fue el siguiente y quiso jugar con el 3-0 que le endosó a Argentina en Rusia hace cuatro años. El karma apareció y pese a un buen Modric, tal como en la copa pasada, ahora el 3-0 fue albiceleste con un nuevo despliegue y dominio que Scaloni supo planificar, que los jugadores entendieron a la perfección y que por fin tenía recompensa en el arco rival.
Una nueva final. Otra vez ante la historia y Messi en todos los focos, esperando el momento de levantar la más bonita, la que le faltaba y la necesaria para acabar con todos los debates que tenía en frente. Su eterna comparación con Maradona, el cariño de su gente y la férrea lucha con Cristiano Ronaldo durante más de 15 años. No lo necesitaba, pero su empeño y competitividad estaban por encima de cualquier reconocimiento anterior.
Di María fue un Ferrari, como en sus mejores años jugando para el Real Madrid, dejando a Konaté en cada choque. Messi la tuvo desde los once pasos y con el 2-0, la sensación era clara ante un combinado galo desaparecido e irreconocible, pero con Mbappé en el campo y eso torció las cosas. Dos goles en un mínimo descuido hicieron que el partido se jugara por 30 minutos más, dando una de las finales más emocionantes que se recuerdan, tal vez la mejor de todas para muchas generaciones.
Dos tiempos extra que llevaron el mismo tono, con Messi apareciendo en el área para adelantar nuevamente a su selección pero Mbappé convirtiendo otra pena máxima para su hat trick y así llegar a la definición desde el manchón penal. Dibu contra Lloris, Messi contra Mbappé, Argentina contra Francia y dos conjuntos esperando la tercera estrella en su pecho. Todo servido paa un momento único que finalmente se vistió de azul y blanco.
Emiliano Martínez repitió su ritual de la Copa América anterior y fue figura, con un penal detenido y otro que fue al poste, aunque lanzándose bien para evitar un susto. 36 años después, el obelisco de Buenos Aires explotó de júbilo mientras Agüero llevaba a Messi en hombros paseando la copa del mundo. El sur de América volvió a celebrar que la gloria del fútbol llevaba su nombre, recordando a Kempes desde la grada y Maradona en el cielo, pero escribiendo la historia de Lionel en el campo.
Ahora, con el deber cumplido y los sueños materializados, toca disfrutar, darle cierre mágico a una carrera dorada en la que siempre se exigió más, siempre tuvo en mente conseguir aquello que nadie más veía y aunque fue difícil, duro y constante, se fue y regresó, cayó y se levantó, para por fin levantar su último trofeo, con 35 años y un legado inolvidable en el fútbol mundial.
¡Felicidades pibes! Son campeones del mundo