Como todos los grandes genios e influyentes en la historia, Gabriel García Márquez se resistió a su destino en sus inicios, plateándose la posibilidad de ser abogado en una aventura educativa que no duró mucho. Entre sueños de cine y una pluma prodigiosa, finalmente, se embarcó en el viaje adecuado para convertirse en periodista.
El gusto por el cine le venía por la función de guionista y aunque no comenzó allí, sí pudo escribir críticas a este mundo en el Diario El Espectador, que además le brindó poco a poco más oportunidades de crecimiento para mostrarse como el gran relator que fue y también como reportero.
Comenzó con “Relato de un náufrago”, que en sus distintas entregas mantuvo en vilo a todos los lectores llegando a coleccionar aquellos periódicos por la buena pluma del escritor, lo interesados que estaban en la historia y tal vez, esa sensación de tener entre manos un auténtico tesoro.
Al comienzo comparamos a Gabriel con los genios y es que tal como los que marcaron la historia latinoamericana en épocas coloniales, también este escritor tuvo la fortuna de pasear por Europa y darse el lujo de conocer París y Londres, esta última, la ciudad que más luces y sombras le dio.
Por un lado el aprendizaje, la cultura y el fervor por aprender a hablar inglés, por otro, el no conseguir la meta en el idioma y de esa misma soledad, de forma paradójica, sacar su mejor versión para escribir gracias a la soledad que tenía, a esa manera de caminar por la calles sin ser notado.
Lejos de la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla, en la época de 1956, le llama Plinio Apuleyo Mendoza para sacarlo de Londres con rumbo a Caracas, con apenas 29 años. Durante el golpe de estado a Marco Pérez Jiménez estuvo muy activo como reportero, escribiendo como nunca en su casa, acompañado de sus cigarrillos y siempre en ropa interior.
Ya su pluma era conocida y participó en el concurso de cuentos de El Nacional, aunque sin conseguir el éxito que buscaba. En medio de sus incansables esfuerzos, viajó a Colombia a casarse con Mercedes Barcha para formar una relación que se forjó entre papeles, colillas de cigarro y el ambiente caraqueño.
Por su gusto con los viajes tuvo la oportunidad de viajar a Cuba a darle cobertura a la llegada de Fidel Castro al poder, dando un paso más en su labor periodística y al mismo tiempo entablando una amistad importante con el mandatario. Luego de esto, Plinio Mendoza fue de nuevo clave en la vida de García Márquez, dándole un trabajo que le permite volver a Colombia y de ahí en adelante, emprende un viaje que lo llevó por distintas ciudades del mundo, con un nuevo matiz en su vena de escritor que pese a estar casado, explotaba al máximo en total soledad.
Las deudas, los viajes y el golpe de suerte que no llegaba se acumularon y en medio de todo el malestar y angustia, nace Cien Años de Soledad, novela histórica que lleva su firma y está en el pináculo de su legado, junto a Crónica de una Muerte Anunciada, sus posibles dos mejores obras en la historia.
En 1982 recibe el Premio Nobel de Literatura. Lo recibió en Liquiliqui y celebró al ritmo de la cumbia que tanto le gustaba, bailando como nunca y sin saber que su vida daría un vuelco enorme al tener ahora muchas reuniones, reconocimientos, conferencias y actividades que le dejaban sin esa preciada soledad, esa verdadera musa para sus obras.
Para 1985 nace El Amor en los Tiempos del Cólera, 4 años más tarde El General en su Laberinto, dos piezas más para su biblioteca de joyas que a lo largo de su carrera, le acompañaron junto al legado importante que dejó no solo en lo literario, también en lo social, al ser un ejemplo de superación y lucha constante, de no rendirse pese a las circunstancias.